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Mostrando entradas de junio, 2017

Los tiempos de la memoria.

Tengo que confesartelo: una noche me olvidé de vos. No sé si fue tan brusco como lo transcribo, pero una noche el cielo alumbraba mi percepción, y la ciudad me entendía porque yo la llenaba, la poblaba y la hacía mejor, como ella a mi. Una noche iba en el taxi con mis colegas y la luz de los balcones me completó, las calles parecían amigas y la gente daba bienvenidas. Esa noche me olvidé de tu cielo y de tu cuerpo, de la luz de tu ciudad y de tus almohadas. El vacío de mi presente se colmaba de luz, de gente, de bienestar y Dicha, de fuego y de alma, y quizás un poco de carne, y mi anhelo se apagaba porque no me faltaba entender, porque podía sentirme e incluirme, reconciliarme. Quizás es injusto, pero tu comprensión me aniquiló, porque no pudo estar, no pudo alcanzar el lugar más pequeño de mi sentir, ni ayudarme a levantar las migas de pan que quedaban en el piso. Me extendió la mano esta ciudad y la reconocí nueva y más joven, porque me habia peleado con la idea de poseerl

La mente y el tiempo

No pensar más. No pensar más. No pensar m á s. No buscar más, ni tampoco buscarme. No buscarme más. No verme más, no sentirme, no olerme, no intuirme, no acecharme, no perseguirme ni tenerme. No consolarme más. No encontrarme más en los otros, no leerme, no acariciarme, no torturarme pensando en pasados lejanos ni cercanos. No pensar en 2012 ni en 2015. No pensar en mi pasado, no pensar en mis viejos, no pensar en mis abuelos, no pensarme en el futuro, no sustiturme en el presente, no verme en abreviaturas de diario, no verme en tus ojos, no encontrarte en los otros. No burlarme de mi ni de otros, no crecer ni volverme ínfima más. No tildar, no hablar, no aborrecer ni aborrecerme, no reir, no buscar ni encontrar. No gruñir, no lastimarme más, no castigar, y ni siquiera comprender más. No entenderme, no mirarme a través de nadie, no incluirme, no discriminarme más. No sentir tu piel en la mía, no entenderlos, no entenderte. No tocarme, no alabarme, no odiarme, no mutilarme con

Los fósforos del pasado.

La otra vez, encontré en unos estantes una cajita de fósforos, escondidas entre la tristeza y oscuridad de ese altillo que puebla las alturas de mi casa, allá donde el sol no quiere llegar ni yo investigar que va quedando ahí del pasado. El domingo fue la excepción, estaba con mi familia, mi esposa e hijos y decidí visitar el altillo, supuse que quería pensar ahí, pero la curiosidad por ver las reliquias de mi madre le ganaron a la paz de simplemente contemplar esa zona vedada de mi casa. Desparramé los fosforitos en una mesa llena de polvo, y empecé a armar a un individuo. Le adjudiqué piernitas firmes, corté fósforos a la mitad y formé sus pies, le puse manos y facciones, quería diseñarme en otra materia, y la de hacerlo con las maderitas de un fósforo se me hacía bastante simpático. Estuve horas y días formándome en el altillo, sentado en el piso encima de una colcha que usaba mi madre para abrigarme los días de frío en la casa del campo, cuando sus abrazos y el resplandor del fu
Empecé a maullarle al gato y me miró con cara de "no seas tan boluda, por favor". Cuando Anita era un bebé quiso ver el cielo. Me acuerdo de sus ojos como dos cristales viendo lo mismo que podía ver yo. No la iba a juzgar, era un espectáculo de cielo de tarde despejado, azul, ni una nube aparecía en la panorámica y mis ojos también eran dos cristales. Recuerdo exacto en que la niña quiso ver el cielo, y puedo recordar perfectamente mi llanto cuando entendí de que se trataba, de que iba el cuento de poder ver el cielo, especialmente en un patio de primer piso con otros dos más arriba, en donde el firmamento era una cárcel, pequeña, de tubos grises y paredes despintadas, y la emoción justo ahí, deseándose, mirándote con ojos desnudos, esperando que la conquistaras. La llevé a la azotea, y que viera lo injusto de algunas existencias tanto temporales como eternas, y puedo asegurar que nunca voy a estar en su lugar, nunca voy a llorar como ella, aunque lo intente, solo puedo